artistica 8-1 arte y simbolo
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EL ARTE, EXPRESIÓN SIMBÓLICA
Un símbolo es la
representación perceptible de una idea,
con rasgos asociados por una convención socialmente aceptada. Es un signo sin semejanza ni contigüidad, que
solamente posee un vínculo convencional entre su significante y su denotado,
además de una clase intencional para su designado.
Llamamos símbolo a
un término, un nombre o una imagen que puede ser conocido en la vida diaria
aunque posea connotaciones específicas además de su
significado corriente y obvio. —Carl Gustav Jung.1
Solo el hombre puede
apreciar el símbolo y leer con ojos
invisibles lo que las cosas evocan. La capacidad imaginativa del hombre le
permite escalar a niveles de realidad que van de lo visible a lo invisible, de
lo superficial a lo esencial, y por medio de la analogía relacionar las cosas
de este mundo, hallando lo pequeño en lo grande y lo grande en lo pequeño. Solo
el hombre puede ver en los claroscuros de una tormenta la lucha universal del
bien contra el mal, o en el beso de un ángel la aspiración interna de identidad
con el alma.
Es en este punto donde tenemos que hablar del arte, no solo como creación
sensible, formal y bella, sino también de su mensaje , de su contenido.
Es mucho también lo que se ha
escrito a lo largo del tiempo sobre la importancia simbólica del arte, como
elemento de transmisión. De hecho en el arte siempre se ha depositado la
función de transmisión de las más elevados concepciones que el hombre hay
podido tener, desde aspectos religiosos hasta el sentido de orden y justicia,
todo se ha tratado de expresar siempre en símbolos a través del arte.
Un
símbolo es un receptáculo formal de una idea, sea esta idea superficial o
profunda. El símbolo nos conduce a ella. En el símbolo se da la dualidad
alma-cuerpo, continente y contenido.
Por otro lado el lenguaje del
símbolo no es racional, conceptual y lógico sino intuitivo y evocador, nos
conecta por analogía natural con las ideas sin intervención de la razón.
El símbolo puede evocar recuerdos,
actúa como un catalizador de elementos asociados, ya sea por experiencia o por convención, pero lo que más nos interesa del símbolo es
la capacidad de abrir puertas a realidades más profundas y elevadas para despertar de alguna forma los recuerdos del
alma.
En cierto, modo esto sucede en el
Arte a través de su poder de evocación
simbólica. Por ello, en la obra de arte
no solo ha de cuidarse su aspecto formal
sino la idea que encarna en ella, y ha de haber una comunión fundamental entre
continente y contenido, entre la forma y el aliento que la anima, entre cuerpo
y alma, como lo hay en la vida.
El símbolo como vehículo de una idea, como huella material, puede
responder a una creación según los cánones naturales con que la vida construye
también sus formas, entonces el lenguaje simbólico se vuelve universal,
intuitivo, valioso en cualquier lugar del mundo pues reproduce un proceso creativo
con esquemas universales naturales.
El hombre puede darle subjetivamente
un valor simbólico a las cosas pero los verdaderos símbolos son aquellos en los que el mensaje no
depende
tanto del acuerdo arbitrario sino que escapándose a la subjetividad manifiestan
mensajes comunes a todos los hombres. El arte ha de apoyarse fundamentalmente
en la universalidad de su lenguaje y por tanto de sus símbolos
Los colores son un claro ejemplo de
ello. El valor que otorgamos a los colores no es puramente convencional (por
ejemplo, los colores del semáforo), lo colores inducen en nosotros determinadas
actitudes, puesto que canalizan determinadas longitudes de onda y vibraciones de la naturaleza que están en
consonancia con esos mismas actitudes dentro del hombre. Así cuando se habla
del verde como símbolo de la esperanza, o del rojo como símbolo de la guerra,
no estamos hablando de nada relativo. El verde provoca cierta serenidad, cierta
proyección, cierta necesidad de continuar, de seguir, mientras que el rojo está
implicando choque, conflicto, y de alguna manera necesita de una especial
atención, detenerse o tener que asumir una postura.
La Naturaleza entera, en sus
realidades no solo materiales y de forma, sino vitales, psicológicas y
mentales, está íntimamente unida en una
relación de simpatía y es
precisamente el símbolo y la capacidad de la analogía la que nos permite
circular por esta relación yendo de lo grande a lo pequeño, de lo visible a lo
invisible.
Podríamos decir también que el aspecto simbólico del arte está
íntimamente vinculado con la asociación de ideas. El Símbolo despierta un
recuerdo. Puede despertar un recuerdo instintivo, emocional o puede ser un
recuerdo del alma.
Hay recuerdos de realidades
circunstanciales, convencionales, y hay recuerdos de verdades profundas,
elevadas.
En el arte, la sabia combinación de
elementos sensibles toca fibras del interior del ser humano. Emociones,
sensaciones, imágenes e ideas se combinan y afloran. El arte se manifiesta
como un verdadero conductor de la conciencia.
La obra de arte, a través de sus
imágenes, sonidos y formas puede despertar en el hombre el recuerdo de lo
sublime que contiene su alma. Podíamos afirmar incluso que la contemplación de
la belleza despierta la belleza interior.
El poder evocador del arte hará
aflorar nuestros recuerdos, nuestros sentimientos, nuestras huellas profundas y
nuestros anhelos soñados. A veces pareciera traer, por los sutiles cauces de su
lenguaje, recuerdos de la memoria de la humanidad. Realmente el arte puede
evocar nuestro ser como pasado, nuestro cofre de tesoros y experiencias. Pero
también puede, por su poder ascensional, elevarnos a nuestro futuro a excelsas
concepciones y niveles de conciencia. El arte puede, de alguna forma, invocar
ante nosotros los sublimes arquetipos, los modelos del mundo que como meta
demarcan un sendero para la vida. Es una magia
superior y natural que trae ante nosotros el catalizador de nuestra
propia transmutación.
Para ello, el verdadero acto de creación tiene que
ser capaz de unir lo que el artista ve y
concibe con las formas adecuadas y perfectas, encontrando el molde que exprese
la idea, esa idea y no otra, inequívoca y que conteniéndola nos conduzca a
ella, no por los caminos de la razón sino de la contemplación e iluminación.
Otro de los elementos que aparecen
dentro de esta función simbólica del arte es su capacidad de reproducir tipos
universales, y por lo tanto, de irnos haciendo escalar de aquellos hasta los
Arquetipos.
Por ejemplo, cuando un drama nos
presenta a un avaro, o a un héroe, no nos va a presentar una persona concreta ,
nos va a presentar elementos que nos permitan reconocer tipos humanos
universales, obligándonos a ponernos frente a la naturaleza del hombre, frente
a nosotros mismos. Es el mismo proceso que nos pone frente a ciertos misterios
de la vida a través de la luz que se expresa de forma Universal en todos los
atardeceres, en los contraluces del lienzo, en la transparencia del agua.
Esos tipos universales son lo que
al hombre le permite escalar más allá de la forma, de la simple materia, hasta
esos prototipos que a medida que se van
reuniendo en elevada síntesis nos lleva a lo que Platón llamaba los Arquetipos.
En otro
nivel, la misma función simbólica del arte, nos va a conducir por un proceso a
través del cual el artista, se va a ir encontrando a través de su creación,
consigo mismo, a modo de un dialogo
interno. El arte saca y representa nuestro hallazgo desde dentro, aquello que
hemos encontrado y que podría estar sencillamente enquistado o agazapado.
El arte tiene esa capacidad
liberadora de sacar a la luz elementos
que están en el interior y que necesitamos
que se expresen pero no lo pueden hacer de forma racional. Entonces
pueden aflorar través de la
representación, a través de la imagen o símbolo, a través del arte. Y es a por medio de ese proceso que el artista puede
muchas veces encontrarse consigo mismo. Es una forma, no solo de medirse sino
de sentirse, de percibirse.
Hoy en día se está empezando a
valorar mucho la expresión artística como terapia de comunicación, no solo con
los demás sino con nosotros mismos, rompiendo aquellos bloqueos que desequilibran la psique.
Pero más allá de esa facultad de comunicación
interna y externa la expresión artística se puede convertir en un verdadero
poder de transformación por medio del dialogo interior que se produce en el
artista. Ya no se trata de la obra de arte como objeto de contemplación y
percepción para los demás, ni de una
terapia personal, sino la obra como alquimia que transforma al propio
artista, como catarsis y como accesit, como conductor de la conciencia que nos
permite acceder a una realidad superior, tanto
de nosotros mismos como de la naturaleza.
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